Así llegó el
día en que me ví atravesando las llanuras riojanas, tachonadas de viñedos
y de campos arcillosos, acortando la distancia entre Viana y Anguciana, pueblito este a orillas del río Tirón, donde comencé a formar parte
de un Seraficado (Seminario Menor Franciscano) de unos frailes de hábito
marrón, cordón blanco y tonsura. Unos eran sacerdotes y otros, legos. A
los sacerdotes se les decía “Padres” y a los legos se les decía “Hermanos”.
Estos, los Hermanos, se dedicaban al servicio de la Comunidad; los Padres,
a la enseñanza y a la predicación - el Padre José María Chinchetru era uno de
los reconocidos y más aclamados predicadores de la comarca -. En lo exterior no
había diferencias entre Padres y Hermanos; la apariencia era la misma, todos
vestían igual, de forma que, en una fotografía, no había distinción posible. Y
los chiquillos, unos treintaicinco o cuarenta, todos aspiraban al sacerdocio.
Instalado y
formando parte ya de aquel engranaje, me fui dando cuenta de que aquello
había que tomárselo en serio. No era cuestión de dejarse arrastrar por la
corriente. Había que competir, principalmente, en los estudios y en el
comportamiento; porque aquellos frailes no se andaban con chiquitas: en cuanto
veían que uno cojeaba o que, según ellos, no daba o no iba a dar la talla,
rápidamente lo fletaban para el pueblo de donde había venido. “Qué vergüenza” -
pensaba yo cuando se producían esos casos y me veía de vuelta en mi pueblo ante
las miradas y las preguntas imaginarias de mis paisanos .
- No queremos
blandengues ni tontos – decía el Padre Chinchetru.
- Los tontos
son más peligrosos que los malos – Y explicaba: - Los malos se
pueden corregir; los tontos, siempre serán tontos.
Había, pues,
que hincarle el diente a las Gramáticas latina y española, a la Geografía,
a la Historia, a la Aritmética… y demostrar aptitudes y hechuras para
lo que se pretendía ser: un buen profesor o un buen predicador o ambas cosas a
la vez, porque “el Papa estaba viejo” y “ había que buscarle sustituto” – nos
repetían medio en broma, medio en serio.
Aunque todo
esto, mirado desde la distancia del tiempo transcurrido, pudiera parecer
demasiado constrictivo y estresante, nosotros lo vivíamos con soltura y
naturalidad: jugábamos, bromeábamos, disfrutábamos con las ingeniosidades o
las torpezas de unos o de otros, pero siempre sin sobrepasar los límites
de la caridad cristiana que siempre procurábamos respetar.
-5-
Tres
actividades principales consumían nuestro tiempo: estudiar, jugar y rezar. Misa
y rosario diarios (misa por las mañanas y rosario por las tardes), estudio del
Latín, Historia de España y del Mundo, Geografía de España y del Mundo, Gramática,
Aritmética, Urbanidad y Buenas Maneras… y los rasgos característicos de aquella
organización de frailes que empezábamos a conocer.
Los deportes:
Pelota Vasca (Frontón), Fútbol, Marro y Dar y Quedar. En ninguno sobresalía. Yo
era “del montón”: ni el mejor, ni el peor. En pelota vasca, que me gustaba más, y
en fútbol, que le seguía en el orden de mis preferencias, tenía algo que
yo consideraba una virtud: siendo diestro, manejaba bastante bien la mano
izquierda en pelota y bastante bien la pierna izquierda en fútbol.
Comencé
haciendo de portero hasta que, una vez, durante un partido a los pies de
las Peñas de Jembres, Benjamín Tapia me pegó tal balonazo en el “bajo vientre”
que, en el acto, me transformó en delantero. Le cogí tal tirria (¿temor?)
a la portería que decidí ser delantero izquierdo. Ahí corría por la
banda y, cuando sonaba la flauta, sacaba algún centro que Santiago López
aprovechaba en beneficio del equipo para regocijo y celebración de los amigos.
En ese puesto me sentía más a gusto y más útil que de portero - y menos
expuesto - y así continué hasta el final.
Entre las cosas
que iba aprendiendo y que se me daba bastante bien a pesar del enredo que
entrañaba, era el Latín. Las declinaciones – Rosa,rosae; Dóminus,dómini (que
eran cinco modelos para los sustantivos) y las de los adjetivos de tres
terminaciones (masculino,femenino y neutro) y los casos que eran seis en
singular y otros seis en plural (nominativo,genitivo,dativo,etc.,) porque en
latín todo se declinaba y no era como en espa-ñol, donde se usan preposiciones.
¿Y las desinencias?… Las desinencias eran muy importantes en latín (y esa “m”
final en la pronunciación latina…). Ya me veía hablando latín y dando clases en
las aulas al estilo de Cicerón…
Aquello me
gustaba. Y me gustaba porque ya había descubierto que había que
competir. Yo me daba cuenta de que, en igualdad de condiciones, no era menos
que nadie (puede que algún compañero se supiera mejor las provincias españolas
o el nombre de algún río porque era algo mayor - más viejo - y ya lo llevaba
aprendido desde el pueblo); pero en latín, donde todos habíamos comenzado desde
cero, la cosa era diferente. Llegué a perder el miedo a los verbos Deponentes,
conocí el Gerundivo y el Supino y ya me enteré de lo del Hipérbaton. Y
disfrutaba aquella gracia de ¿por dónde va talpa, talpae? Y la de la tortilla:
Huevorum envoltorum, qué bonorum.
Me di cuenta,
también, de que tenía amor propio y eso me hacía sentir bien en términos
generales; me insuflaba energía para no desmayar; estaba convencido de que, con
dedicación, alcanzaría mis objetivos y me libraría del baldón de ser rechazado
por los frailes. Aunque, con el tiempo, aquello comenzó a producirme,
también,“escrúpulos de conciencia”. Los frailes nos decían que “cierto grado de
amor propio era bueno” pero que había que “combatir el orgullo y la soberbia”.
Y yo no sabía distinguir ni calibrar entre una cosa y otra y, por momentos, me
sorprendía perplejo: no sabía si aquello era amor propio, si era orgullo o si
era soberbia o, tal vez, algo normal.
-6-
De vez en
cuándo echaba de menos a mi amigo Félix, que tenía que haber venido conmigo,
los dos a la vez, y que me habían dicho que vendría “ más adelante”, pero que
no acababa de llegar. Habían pasado ya varios meses y mi amigo no aparecía.
Me habría
gustado en aquellos momentos escribirle una carta contándole que allí se estaba
bien, que se jugaba mucho y que había muchos chavales de edades similares a las
nuestras y de muchos pueblos diferentes : - de Navarra, de Alava, de Burgos,
de La Rioja - que se estudiaban cosas interesantes, que se comía
todos los días a las mismas horas,que nos sacaban a pasear por la campiña de
los alrededores una vez a la semana… pero no sabía cómo hacer porque no tenía
su dirección. Y entonces ocurrió algo que me iluminó el momento induciéndome a
creer que se resolvería todo: apareció por allí, en uno de los recreos, el Padre
que me había reclutado (el Padre Luis Blas María Maestu Ojanguren) – ya había conocido su
nombre - y aproveché para preguntarle por mi amigo Félix:
- Mira, hijo –
me sorprendió el tratamiento – Tu amigo no está preparado para venir. Tú estás
bien aquí ¿verdad? Aquí tienes otros chicos con quienes te vas a
llevar bien; nosotros queremos que continúes. Sigue adelante y no te
preocupes. – Me regaló una medalla en aluminio de la Virgen de
Lourdes y una estampa de San Francisco de Asís “el fundador de los Franciscanos”-
me dijo -; me puso su mano en la cabeza en actitud que yo interpreté como
cariñosa y de aliento y me despidió invitándome a que siguiera jugando.
Los ríos y los
montes, las provincias españolas y sus capitales en geografía, las partes de la
oración en Gramática, los visigodos además de los celtas y de los íberos en historia, - amén de los fenicios, cartagineses y romanos -, las declinaciones y
los verbos en latín, canciones de vez en cuando y anécdotas y
experiencias que ya mi memoria se resiste a recordar, continuaron sucediéndose
y entreverándose en un desplazamiento constante y disciplinado que
constituyeron, a partir de entonces, mi dedicación y mi empeño por ganarme el
aprecio de mis maestros y por mantener la armonía con mis coleguitas de
proyecto.
Todo
transcurría sin sobresaltos, con entera normalidad: unos se iban, otros
llegaban nuevos; a algunos, los menos, los devolvían a sus familias sin tener
muy en cuenta los deseos personales, pero no creo faltar a la verdad si afirmo
que la convivencia transcurría sin tropezones y sin chirridos perturbadores. Yo
seguía contento y ya había cumplido los doce años: 1954.
Hno. Felix Elorza |
El Hermano
Félix Elorza cultivaba la huerta (había una gran huerta atravesada por un
arroyo conocido como “el cauce”con el que estaba garantizado el riego durante
todo el año); y, aparte de manzanos, perales, ciruelos y melocotoneros, había
un árbol de caquis, fruta que yo no había visto en mi vida y que recuerdo que
nos la servían por Navidad, que tenía el aspecto de un tomate, que era dulce y
que, a mí, me pareció muy agradable aunque un poco resinosa.
-7-
La huerta
estaba toda vallada con pared de mampostería ordinaria con altura suficiente y
era grande y siempre cuidada y llena de hortalizas.
De la movilidad
se encargaba el Hermano Venancio, hombre bajito, enjuto y jorobado, que tenía
bajo su responsabilidad el mantenimiento y cuidado de un caballito de
dimensiones acordes con las del caballero y un carruaje tipo calesa que debía
de estar bastante deteriorado
porque nosotros nos referíamos a él, despectivamente, como “la tartana”. Era el
taxi de la época al servicio de la Comunidad. Como no había
transporte público entre Anguciana y Haro, (Haro era la estación ferroviaria
más cercana), ahí lo tenías al hermano Venancio acudiendo a Haro a
recoger a todo nuevo miembro asignado por la obediencia a la
Comunidad de Anguciana o a cualquier familiar que viniera a visitar a
algún estudiante o llevando de Anguciana a Haro a los miembros de la
Comunidad que tenían que viajar o a los familiares que volvían a sus
pueblos después de visitar a sus pequeños.
Encargado de la
cocina había un joven de piel muy oscura, natural de Manciles (Burgos) al que
le decían Bu y, de vez en cuando, se venía al frontón a jugar con nosotros. Era
un personaje curioso porque no era padre ni era hermano; era un donado o sea,
un laico al servicio de la comunidad que, por decisión propia y con la
aceptación de la superioridad, vivía como religioso sin serlo.
¿Y el Hermano
Geminiano? Este era el refitolero, el encargado de mantener surtida la despensa
para que la comunidad se pudiera alimentar. Hombre afable y risueño,
de entre cincuenta y sesenta años, delgado y de mediana estatura, no se
mezclaba para nada con nosotros.
Al cuidado de
los estudiantes estaba el Padre José María Chinchetru que, al mismo tiempo que
cuidador, formador y protector nuestro, era profesor y director espiritual. Se
le daba el nombre de Maestro. El era el encargado de seleccionar a los
aspirantes, informar sobre nosotros a los superiores de Perú (país en el que
desarrollaban su labor sacerdotal y misionera los sacerdotes de la
Provincia a la que pertenecíamos nosotros y aquel Seminario), comenzar a
moldear nuestras tiernas personalidades y despertar en nosotros la ilusión y el
entusiasmo por formar parte de aquella obra transformadora en favor de aquellas
gentes lejanas, primitivas, necesitadas de que se les enseñara a salir del
atraso y del subdesarrollo material y espiritual en que vivían.
P. Francisco Urrózola |
En esa tarea le
ayudaban el Padre Francisco Urrózola, sacerdote vasco, alto, delgado, con
gafas, mayor sin llegar a viejo, pelo blanco, que debía de sufrir algún mal porque
tenía un aspecto enfermizo con una tez muy pálida como si nunca le hubiera dado
el sol. Vivía revestido de cierta aura venerable, infundía confianza y respeto
y esto hacía que la mayoría nos confesáramos con él.
-8-
Había también
un sacerdote muy mayor, que no pertenecía a la Comunidad pero que la
frecuentaba, de sotana negra (luego aprendería que era un sacerdote secular o
diocesano), al que también recurríamos para confesarnos. Era conocido como “El
Padre Eterno”, era muy, muy anciano y creo que se llamaba Don Fructuoso.
P. Antonio López |
Luego estaba el
Padre Antonio López,”el Divino Calvo”, con unos pelos escasos, entrecanos, alborotados
y poco cuidados, que sabía cantar mientras tocaba el armonium y que nos enseñó
el primer villancico de mi vida: La Gitanilla. El puso en mí el
germen de la música y el canto, sin haberse enterado jamás de ello.
También formaba
parte de la familia el Padre Francisco Torre, burgalés de un pueblito llamado
Carrias, que nos daba clases de Historia de España. Más tarde, reemplazaría al
Padre Chinchetru y se haría cargo de los estudiantes.
Y cuando todo transcurría con la plácida quietud de
un remanso y ya había aprendido que el fundador de los Franciscanos era
San Francisco de Asís cuya fiesta se celebraba con gran unción y regocijo el
cuatro de Octubre en toda la Iglesia Católica y que aquella
organización no era una de tantas sino una muy respetable Orden religiosa
extendida por todo el mundo y que San Francisco era uno de los santos más
simpáticos y queridos del santoral por su renuncia a las comodidades
mundanas que su padre le garantizaba y por su carismática relación con la naturaleza y con los animales, e incluso había descubierto que el Imperio
Romano de Occidente había acabado con la victoria que tuvo Odoacro sobre
Rómulo Augústulo, mi madre, venida a verme por mi cumpleaños, me
encuentra “muy flaco” y decide hablar con el Maestro para llevarme a casa
porque “sabía” que yo tenía unas “anginas demasiado grandes” que “no me dejaban
engordar” y que “había que operarme”. El Padre Chinchetru no encontró
argumentos para disuadirla – o no juzgó oportuno gastar energía en ello - y
así, de la noche a la mañana, me vi en Viana otra vez.
BUCEO SENTIMENTAL
BUCEO SENTIMENTAL
(CORAZONES LIMPIOS)
14/03/2016
VIANA
-1-
En aquellos días ahora muy lejanos pero que recuerdo con jubilosa claridad, yo vivía en Viana, un pueblo de la ribera navarra, a nueve kilómetros de Logroño, donde había nacido hacía justo once años en un ambiente de estrechez económica y de atraso social.
En mi casa, además de mis padres, mis dos hermanas y yo, vivían también un borriquillo, un perro y media docena de gallinas.
El año en que comienza esta historia, 1953, pocas familias tenían en Viana agua corriente y luz eléctrica en sus viviendas; y, aunque no podría precisarlo, me atrevería a decir que sólo la Parroquia, el Cuartel de la Guardia Civil y algunos pocos privilegiados, contaban con esas comodidades en sus casas. La cuadra de los animales, la palangana y la jarra de agua, recogida esta de la fuente pública, constituían lo que ahora conocemos como servicios higiénicos; y el alumbrado quedaba librado a uno o dos candiles que eran desplazados por la casa según la necesidad.
Herencia de la guerra civil española finalizada pocos años atrás y afectados,tal vez, por la Segunda Guerra Mundial, habíamos quedado con los calcetines agujereados, las ropas zurcidas y las despensas lánguidas. Pero,claro, entonces, ni comprendía ni cuestionaba estas cosas; las sufría, sin más. Yo creía que aquella era la forma natural que la gente tenía de vivir y que no había otra. Veía que los mayores se dedicaban mayoritariamente al campo y que, en época de cosecha, se vivía mejor que en época de cultivo (un poco mejor, nada más): había que cosechar para poder convertir los productos en dinero con el que comprar aquellas cosas que habían tenido que esperar. Como es natural, no todos nos encontrábamos en el mismo rellano; algunos andaban un poco mejor: el Cura, los Maestros, el Marqués (que tenía un hijo tonto y ¡grande!), el dueño de la Fábrica de harinas (que tenía un hijo de nuestra edad – Patxi - que merendaba entre nosotros en la calle con medias barras de pan untadas de mantequilla y azúcar mientras nosotros paladeábamos lo que él consumía), y algunos pocos más.
No obstante y, a pesar de todo, podría asegurar que yo, como los otros chiquillos de la pandilla, éramos felices. Como a todos nos igualaba la misma necesidad, ninguno sufría por ello. Andábamos remendados y medio descalzos, pero igual jugábamos al fútbol o a las tabas o a lo que hiciera falta, sin complejos.
Por aquellas mismas fechas, me enteré de que no tenía que haberme llamado José Luis sino Mateo. Había nacido el veintiuno de Septiembre, festividad de San Mateo, y, de conformidad con las costumbres de la época, lo propio hubiera sido llamarme como el santo del día; pero a mi madre no le gustaba ese nombre; “era muy feo”- seguía diciendo cuando yo era mayorcito - y me puso José Luis. Para ello, a la hora de inscribirme en el Registro Civil, declararon que el niño había nacido el veintidos de Septiembre.
-2-
(Eso no lo supe con claridad hasta que hubo que hacer un papeleo para poder ingresar a un Colegio de frailes; y desde entonces hasta mucho después, el hecho habría de acarrearme algún pequeño desagrado y no pocas confusiones entre mis conocidos, primero, y entre mis descendientes,después, a la hora de felicitarme por mi cumpleaños).
Según la gente de mi entorno, incluido uno de mis maestros y las monjas Hermanas de la Caridad que regentaban el parvulario del pueblo, yo, desde los tres o cuatro años, era un chiquillo listo al que se le daban bien las cosas del saber. Rápidamente corrieron la voz de que dominaba la suma y la resta y que las tablas de multiplicar las manejaba del derecho y del revés y ya, una de las vecinas, casada con un tal Ciaurri, me pidió que le enseñara esas cosas a su hijo, un año mayor que yo.
Con viento a favor y mi ego a tope, el más respetado y mejor evaluado de mis maestros, Don Pablo, me regaló una Enciclopedia para que siguiera desarrollando lo que él llamaba mis condiciones intelectuales. Pero aún no había tenido tiempo de enterarme de los contenidos de aquel librote cuando mi madre me llamó y me dijo:
- Mira,hijo, ha venido un fraile que quiere llevar chicos de tu edad a un Colegio que dice que tienen en La Rioja y tú podrías ir con Félix. Aquí, ya sabes lo que te espera: ser agricultor como tu padre, sin ningún porvenir; mucho calor en verano, mucho frío en invierno y siempre sin un “duro” en el bolsillo. A ti el campo no te va, eso no es para ti; pero nosotros no te vamos a poder dar estudios. Vete con este fraile y Dios dirá. Si te gusta y quieres seguir,¡adelante!; y si no, pues ya se verá.
Yo le dije a mi madre que muy bien, que estaba de acuerdo, que con mi amigo Félix me sentiría bien en cualquier sitio. (La verdad que se lo dije sin mucha convicción).
Pasaron unos cuantos días, tal vez una semana, y el fraile nos citó para una entrevista en casa de una hermana suya que vivía en Aras, pueblito también navarro, a unos siete kilómetros del nuestro. El padre de Félix se encargó de hacer posible el encuentro y fue él quien nos acercó a lomos de su caballo hasta el pueblo de la hermana del fraile. Llegamos, nos recibió el religioso (a quien veíamos por primera vez), nos presentó a su hermana Faustina, mujer de mediana edad, vestida de negro y un poco sorda, y nos condujeron a una salita donde la mujer nos sirvió caramelos, galletas y una infusión caliente.
El fraile nos hizo preguntas de Catecismo y nos invitó a recitar algunas oraciones. Mientras hacía esto conmigo, mi amigo Félix, con gesto algo compulsivo y sin percatarse de que estábamos siendo observados desde otro cuarto por la hermana del fraile, se fue metiendo al bolsillo todo lo que pudo de lo que nos habían servido; yo, todo modosito, comí algo, me tomé la infusión y, al terminar, agradecí la atención. No recuerdo si respondí bien todas las preguntas o sólo algunas y, donde más flojo estuve, creo, fue en las oraciones. Mi amigo, no sé si contestó bien o mal; es algo que, entre despistes y algunos nervios, no quedó registrado en mi memoria.
-3-
Regresamos a casa y, digo yo, alguien habría hablado con mi madre porque, a los pocos días, me la encontré dirigiéndose a la Calle Mayor y me pidió que la acompañara, “por que iba al Bazar de la Felisa a ver si le podía dar al fiado una maleta, un traje, tres mudas y un par de zapatos para mí, pues ya le habían dicho que podía ir cuando quisiera al Colegio aquel”.
Después de aquello, yo a mi madre, la veía ilusionada, la veía inquieta, hablaba más con las vecinas, alargaba las charlas con la familia, se detenía a hacer comentarios en la calle y se le veía muy motivada. Hasta me atrevería a decir que había crecido en autoestima: ¡el mayor de sus tres hijos había sido “elegido”!; le habían dicho que, a partir de la fecha, podría presentarse “cuando estimara conveniente” y que a Félix Silanes, el hijo del Caminero, le habían dicho que,”de momento, no”, que “ya le avisarían” (y esto, mi madre lo decía con cierto brillo en los ojos, con tonillo y con retintín y algo de orgullo).
La Felisa,la dueña del único Bazar del pueblo, al verla a mi madre así de eufórica, no se atrevió a negarle el crédito. Me tomó medidas para el traje y le señaló una fecha para que se acercara a recogerlo todo junto.
Así las cosas, todo parecía rodar bien hasta que supimos que los frailes exigían, además, un Certificado de Buena Conducta emitido por el Párroco. Ahí empezaron mis angustias y mis temblores : todo se ennegreció, mi cielo mental se puso hosco y vi rasgarse los espacios siderales hasta verme engullido por la tierra… ¡Un cataclismo total! No hacía mucho tiempo había ocurrido un incidente vergonzoso que nos tenía al Cura y a mí de protagonistas: La Parroquia tenía una hermosa huerta y en la huerta había unos manzanos con unas manzanas que superaban, de largo, a las del Paraíso Terrenal. Ya mi amigo Félix las había visto, me había propuesto ser socios en un asalto conjunto y yo había caído en la tentación, con tan mala suerte, que el Cura, que ya se había percatado de que sus manzanas habían comenzado a ser cosechadas por alguien que no era él, había decidido quedarse escondido con la idea de atrapar al amigo de lo ajeno y darle merecido escarmiento. ¡Y me pilló! Mi intención había sido tan sólo saborear aquellas manzanas tan irresistibles pero ¿quién le hacía entender al Cura? Era mi única vez pero ¿quién se lo iba a hacer creer?. Me había pillado y me había convertido en la diana de sus iras y en el pagano de todos los saqueos previos con los que yo nada tenía que ver. ¿”Con qué cara me iba yo a presentar a pedirle un Certificado de Buena Conducta”? “Hasta ahí había llegado mi buena suerte” – me decía yo - ¿”Qué Certificado de Buena Conducta me va a dar ahora este señor si me ha cogido robándole sus manzanas”? ¿”qué va a poner en ese papel”? ¿”qué van a decir los frailes cuando lo lean”? Y “si no me da el Certificado ¿cómo va a arreglar mi madre con la Felisa lo del crédito”? ¡Menudo follón! Pero,¡oh sorpresa!, el Cura no sólo me dio el certificado favorable sino que, además, acompañó la entrega con expresiones de buena suerte y con unas palabras de aliento que yo y mi madre agradecimos recuperando el aliento.
A partir de aquello, el tiempo, dependiendo de mi estado emocional, corría más rápido o iba más lento. Comencé a moverme entre la expectación de un encuentro con gentes desconocidas y la infrecuente (¿rara?) sensación de verme vestido con traje y corbata - algo que no había hecho desde mi primera comunión - esto último, me gustaba; lo primero, me producía cierto desasosiego.
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2 comentarios:
Muy bien estupendo trabajo por parte de Míruri.
Gracias a ti por dfundirlo.
José Lujis Sáiz Arnáiz.
Ahora, veo, q has puesto en orden, tus ideas. Es de agradecer..por la fotografía, damos cuenta de algunos compañeros q nos precedieron, ya entrados en años, con esa experiencia q da la vida. Guardamos, como oro en paño, cada una de las crónicas, fotos, artículos, mensajes, como si nos fuera la vida en ello. Además, gracias a ti, estamos un poco, al corriente de algo q siempre llevaremos presente, y, q, ha dejado una impronta imborrable en nuestro día a día.. Gracias, de corazón.. Tu amigo..
Antolín Reguero.
Caro Estalayo. Me he entretenido un buen rato leyendo las crónicas o relatos diversos que envías bajo el acápite ANGUCIANA. Siempre vienen a la mente recuerdos inolvidables y muy gratos, sobre todo al saber que persiste y sobrevive con gozo compartido un excelente grupo de compañeros que siguen soñando al tiempo que el pasado les impulsa a caminar con valentía hacia adelante, agradeciendo a Dios y a la vida. Y yo te agradezco a ti tu espíritu de colaboración, amistad y fraternidad. Un abrazo…, ¡adelante!
Gregorio
Gracias,tocayo: aunque no te conocía, me has demostrado ser una excelente persona y un consumado artista...
Gracias,también,al otro tocayo de apellidos Sáiz Arnáiz...Lo mismo les digo a Antolín Reguero y a Gregorio que demuestran conservar una sana relación con aquel vivero de espiritualidad y de valores incorruptibles...
Un abrazo, aunque no nos conozcamos.
José Luis Míruri B.
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